La aventura de conocerte no pudo ser más perfecta.
Aquel encuentro….maquilado de mil maneras y formas. Estaba
todo programado en mi mente.
Como vestiría, que harías, como reaccionaríamos…todo.
Y de pronto, tu llamado intempestivo. Fugaz. Ansioso. Como
de adolescentes.
Vi aparecer tu auto y yo frente al espejo retrovisor
congelada. Sin maquillaje, sin ducharme, sin peinarme. Ni cercana a lo que
estaba repasado en mi mente desde que planeamos como cómplices. Era una vergüenza…
Y apareciste. Con aquel rostro de tranquilidad. Tu abrazo
cálido. Tus manos contendoras. Aquella sensación de que nos conocíamos de toda
una vida. Como que siempre había estado al lado tuyo. Como un momento extraño.
Tibio. Sútil. Tus palabras y tu ternura eran inmensas. Tan inmensas como tu
porte…jajaja…y es que todo era rellenado con una suave y sutil sonrisa.
Tus ojos brillaban intenso y los míos se escapaban de tu
mirada, pero estaban con gozo pleno. Y es que hubiese querido permanecer ahí.
Congelar el tiempo. Que el reloj no existiera.
Todo lo que estaba a mi alrededor se borró. Sólo estaba el
disfrute de aquel momento.
¡No pudo ser más perfecto!
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